cuentas que no son cuentos
EL CIEGO...
Había un ciego sentado en la vereda, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera que, escrito con tiza blanca, decía:
"POR FAVOR, AYÚDEME, SOY CIEGO"
Un psicopedagogo que pasaba frente a él, se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue.
Por la tarde el psicopedagogo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna, su gorra estaba llena de billetes y monedas.
El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él, el que re-escribió su cartel y sobre todo, qué había puesto.
El psicopedagogo le contestó: "Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras". Sonrió y siguió su camino.
El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía:
"HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA".



El VENDEDOR DE GLOBOS...
Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gentehabía dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño gritó:
-¡Mira mamá un globo!
Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo.
Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le compraran un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que fueran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dió cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:
-Haz tú mismo la prueba. Suéltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.



CARTA DE UN HIJO

ESTO TE LO QUERÍA DECIR HACE TIEMPO, PERO NO ME ATREVÍA.

No me me des todo lo que te pida. A veces yo sólo pido para ver hasta cuánto puedo lograr o puedo abusar.
No me des siempre órdenes. Si en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decídete y mantén esa decisión.
Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un permiso, dámelo, pero también si es castigo.
No me compares con nadie, específicamente con mi hermano o hermana. Si tú me haces lucir mejor que los demás, alguien va a sufrir, y si tú me haces lucir peor que los demás, entonces seré yo quien sufra.
No me corrijas mis faltas delante de nadie. Enséñame con paciencia a ser mejor, cuando estemos solos.
No me grites. Te respeto menos cuanod lo haces y me enseñas a gritar a mi también, yo no quiero hacerlo.
Déjame valerme por mi mismo. Si tú lo haces todo por mi, yo nunca podré aprender.
No digas mentiras delante de mi, ni pidas que las diga por ti; aunque sea para sacarte de un apuro, me haces sentir mal y perder la fe en lo que dices.
Cuando yo haga algo malo, no me exijas que te diga el "por qué" lo hice. A veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estas equivocado en algo, admítelo y crecerá la opinión que yo tengo de tí. Y me enseñarás a admitir mis equivocaciones también.
Trátame con la misma cordialidad y amabalidad con que tratas a tus amigos, ya que porque somos familia, eso no quiere decir que no podamos ser amigos también entre tú y yo.
No me digas que haga una cosa y tú no la haces. yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas, pero nunca lo que tú digas y no hagas.
Enséñame a amar y conocer a Dios. no importa si en el colegio me lo quieren enseñar, porque de nada vale si yo veo que tú ni me conoces, ni amas a Dios.
Cuando te cuente un problema mío, no me digas "no tengo tiempo para tus tonteras", o "eso no tiene importancia". Trata de comprenderme y ayudarme.
Y... quiéreme y dímelo. A mi me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo.
Abrázame, necesito sentirte cerca, necesito saber que eres mi AMIGO, aunque a veces no estés conmigo.

Tu Hijo.
 
Nuestro que hacer
 
Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima. Es por ello que los niños pequeños, antes de ser conscientes e su autoestima, aprender más fácilmente.

Thomas Szasz


La sociedad verdaderamente humana es la sociedad del aprendizaje, donde los abuelos, los padres y los niños son todos estudiantes.

Eric Hoffer



Eso es el aprendizaje. Usted entiende algo de repente y entiende toda su vida pero de una forma nueva.

Doris Lessing
 
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